Compartimos relatos escritos por compañeras y compañeros asistentes al espacio de salud Psicosocial promovido por AGEPJ durante los años 2016-2018. Publicados en el libro “Insalubre – Trabajadores invisibles en riesgo” de Editorial Judiciales Córdoba Ediciones. 2018
La defensa de la salud de las trabajadoras y trabajadores es constitutiva de nuestra estrategia político-sindical, por ello la declaración de insalubridad para los cuerpos operativos de Policía Judicial es una de las principales banderas de lucha de AGEPJ.
Mariana De la Torre.
Sección Fotos. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Es silencioso. Es todos los días. Las 24horas. Sin feriados. Sin Navidades ni Años Nuevos. Es silencioso. No tenemos sirenas. No somos policías. No tenemos armas. Trabajamos por (para) la Justicia. Aunque muchos de nosotros le creemos poco a esta Justicia para pocos y obediente de un sistema para la desigualdad. Es silencioso. Somos unos pocos que recorremos la provincia entera y esta ciudad gris, con la esperanza de que nuestro trabajo pueda sumar un poco cuando el dolor, la des- esperanza, la bronca, lo invaden todo.
En silencio. Como la muerte.
Porque trabajamos con la muerte. La muerte violenta.
La muerte morbosa que te muestran en la tele y que todos
quieren ver, pero también con la muerte que llega inexplicable en el suicidio de un adolescente, o el asesinato de un niño, o el bebé que abandonaron en el baldío y un perro le comió las piernas.
Sí. Ese es mi trabajo. Y el de mis compañeros.
Y trabajamos en un robo, donde a lo mejor al señor del country le llevaron el auto último modelo. Y de ahí vamos a la villa a la casa de un señor al que le llevaron sus herramientas de trabajo o la única garrafa de gas… por un ajuste de cuentas entre narcos balearon una casa… o el negocio donde robaron lo que hicieron en el día… Y de ahí al suicidio de un menor… o de un mayor, no importa, todos los días hay un suicidio o dos.
Y los choques en la ruta:1, 2, 3 muertos. A veces una familia entera. Y siempre el 25 de diciembre.
Y el padre que mató a los hijos y se pegó un tiro. Y en un mismo día, le saco fotos al violador y a su víctima. Y me tengo que meter en la alcantarilla donde tiraron a la mamá y a su beba. Y 3 bebés muertos el mismo día.
¿Pero sabés qué es lo peor?
La mirada de las familias. De las víctimas. Pidiéndonos una respuesta que no tenemos. Que una madre desesperada me arrebate un abrazo cuando mi compañero médico se lleva el cuerpo de su hijo. La bronca de quien lo perdió todo y no sabe cómo hará para laburar mañana. La víctima que nos pide justicia.
¿Te parece duro? ¿Te parece explícito? Puedo serlo aún más. Porque todavía no hablé de cuando vamos a buscar cuerpos podridos de personas que mueren en la soledad absoluta. O de las veces que nos balearon el móvil o nos sacaron a pedradas y nosotros no tenemos chalecos antibalas.
Nosotros trabajamos en silencio. Trabajamos con el dolor. Con lo que deja la violencia, la desigualdad, la desesperanza.
Ese es nuestro trabajo.
Y NO. NO tenemos apoyo psicológico después de un hecho (más) traumático. Y aunque la Facultad de Psicología de la UNC y el Ministerio de Trabajo declararon nuestro trabajo como IN- SALUBRE, el Tribunal Superior de Justicia se niega a reconocerlo como tal.
Hoy estamos en lucha. Porque estamos defendiendo nuestra salud. Porque mientras nos niegan la Insalubridad, nos están cambiando un sistema de trabajo que funciona bien -las guardias- por un horario caprichoso que contribuye al desgaste físico y emocional de los trabajadores.
La muerte se viste de rosa
(basado en una historia real)
María Constanza Salva.
Sección Huellas y Rastros. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Dicen que por las noches aflora el inconsciente pero esa no- che de guardia fue mucho más que eso….allí estaba yo en esa habitación. Me costaba concentrarme. Nietzsche supo decir que “cuando peleas con el abismo, el abismo también te mira a ti”. Atónita observaba. Luchaba con mis monstruos, mis pensamientos, mis preguntas. Era una noche cálida de primavera pero en esa habitación se sentía el frío de 31 inviernos. Yo es- taba confusa, mis sentimientos me estaban jugando una mala pasada. Ella encontró la muerte en su propia casa. La ataco por la espalda. Dos impactos de bala la llevaron a un viaje de ida sin retorno. Era hermosa, en la casa aún se sentía el aroma de su perfume, el mismo que yo me había puesto para ir a tra- bajar. Ya estaba blanca y fría, muy fría. Su juventud quedaría petrificada en ese instante. Una de sus manos se encontraba cerrada, algo guardaba o escondía, parecía como si aún seguía
haciendo fuerza pero estaba rígida. Eran unas llaves. Creo eran las llaves de su casa pero no lo sé. Yacía en el living. Es que no le dieron tiempo. La muerte se le presento y la traiciono por la espalda. Así es la muerte pensé no juega limpio. Pero… algo me llamaba la atención y es lo parecida que éramos. Te- níamos la misma edad, nuestros cabellos eran castaños, la mis- ma altura y los mismos libros de abogacía, el mismo celular, zapatos y hasta el mismo perfume, que para ese entonces ya se mezclaba con el olor a sangre fresca, roja y brillante. Muchas coincidencias para trabajar imparcialmente. De pronto, quedé estupefacta, a unos pasos de ella, y con la misma pistola, el arma que le quito la vida, tendía en el suelo su ex novio con un tiro en la sien y sangre mucha sangre. Vi la escena y me acorde de una cita de Shakespeare que dice “los amores violentos po- seen finales violentos y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo en que se consumen el fuego y la pólvora en un beso voraz”.
Se trataba según la caratulación legal del hecho, de un homicidio seguido de suicidio. El caso cerraba para todos. Menos para mí. Era mi primer Femicidio el que marcaría un antes y un después en mi carrera profesional.
Ahora, era yo la del viaje sin retorno. La miraba a ella me mi- raba a mí, yo seguía con vida, pero pensaba ¿Cuántas veces estuve cerca de terminar como ella? Yo también amé, dije NO, me alejé, me insistieron, me persiguieron. ¿Por qué un hombre viene a arrebatarte tu existencia de mujer, tus sueños, tus años de vida por delante, tu libertad, la posibilidad de ser amada o de amar, de ser madre, de quedar embarazada, de dar vida y
tantos momentos de felicidad? ¿Por qué? me preguntaba ¿Por qué? Era inevitable, ya no podía ayudarla, era tarde. Para ese entonces, ya sabía que la subjetividad se había apoderado completamente de mí. Soy Licenciada en Criminalística y como dicen los manuales, nunca debemos preguntarnos ¿Por qué? Pero esa noche y esa guardia me enseñó más que un manual. Viví la realidad más atroz, olí la sangre más triste, sangre color rojo carmín que con los minutos se convertía en color oscura, negra, coagulada y con hedor a odio, lágrimas y dolor.
Como Licenciada, trabajo en el Ministerio Púbico Fiscal, Gabinete de Reconstrucción Criminal en la Sección Huellas y Ras tros. Perité el arma y todo objeto que pudiera servir para ubicar rastros, perité, busqué y busqué la manera de ayudarla. El fotógrafo documentó toda la escena, el planímetra dibujó el croquis a mano alzada, el balístico secuestró toda la evidencia y el médico forense decidió que era hora de cerrar el lugar del hecho y partir con los cuerpos. Y allí otra vez esa sensación rara, otra vez, el abismo me miraba; allí iban los dos cuerpos en la “morguera” (vehículo oficial de nuestra institución científica para transportar cadáveres) uno al lado del otro en sus bandejas de acero inoxidable. Él le quito la vida. Estaban muertos, pero seguían juntos. Intenté pensar que quizás lo que acababa de vivir era una versión postmoderna de Romeo y Julieta, una versión de una sociedad violenta que no tolera frustraciones ni abandono. Quizás si me refugiaba en esa mentira dejaría tranquila a mi cabeza que compulsivamente me atormentaba con nuevas preguntas ¿Cómo se releva del lugar del hecho el amor, el odio, la ira?
Llegué a la oficina casi de madrugada, me encontraba desbas tada, sumergida en un profundo silencio. Allí estaba mi compañero y tutor de guardia en la computadora, casi a oscuras, sentí alivio de encontrarlo. Me consolé pensando que me es- taba esperando. No sé cómo pero él ya sabía todo, quizás lo veía en mi mirada. Con sus años de experiencia y con voz suave y pausada me preguntó ¿Cómo te fue?, alcancé a levantarle las cejas, no me salía palabra. Quería arrancarme el alma, ex- pulsar todo lo vivido, me sentía un mar revuelto, embravecido con pensamientos enlazados. Me sentía ahogada, sentía enojo. Cuando estaba por responderle…me pregunta nuevamente
¿Cómo puede ser que si la quiso tanto la mate? Con el poco ánimo que me quedaba le contesté: “con la misma intensidad que la amó se la llevó; el problema es que nunca terminamos de conocer con quién estamos”. Inhalé profundo sentí como se me inflaba el pecho, sentí mi respiración, me sentí viva, sentí mi pulso, mis latidos. Volví en sí y me puse a llenar las fichas decadactilares para brindar identidad a los dos cadáveres que acababa de dejar en la Morgue; uno al lado del otro.
La noche seguía su curso, faltaban minutos para el amanecer, para volver a mi casa, pero sabía perfectamente que algo ha- bía perdido y es que esa noche perdí un color, el rojo pasión del amor ya no sería tal.
Esa noche de guardia primaveral la muerte eligió vestirse de rosa. Sólo espero que las llaves que apretaba rígidamente entre sus manos sean las llaves que la condujeron a abrir las puertas del cielo. Es que cuando matan una mujer, el color rosa se desvanece.
Sentir
Cielo Cianciola.
Sección Química. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Hace poco, charlando con una compañera del laboratorio so- bre las consecuencias que nos puede dejar este trabajo, ella me contaba que durante años podía, sí, que ella podía con esto, que lo que veía no le afectaba, que sabía manejarlo, que tenía la capacidad emocional de hacerlo; pero un día, tras un hecho que involucró a una niña y a una mujer, se sintió traspa- sada por la vulnerabilidad de estas personas y lo que padecie- ron; conectó con eso de un modo distinto, quizás por sentirlo más cercano, por empatía de género, no sé, pero hubo un gran impacto en ella. A partir de allí comenzó a notar que perdía la sensibilidad en la piel, que la tocaban y no sentía igual que antes, estaba rara.
Esta situación la tuvo mal y angustiada, y quien era en ese mo- mento su jefa la acompañó a que la viera un médico laboral, un médico de tribunales, alguien que está cerca de todo esto, alguien que debería entender con más facilidad lo que nos
pasa, pero no, no entendió. Le dijo que ella sabía en donde trabajaba, y ninguneando su malestar, la mandó a regresar a su actividad sin ningún miramiento. En intentos por resolver lo que ocurría comenzó terapia, y de a poco hablando y con ayuda de masajes comenzó a recuperar la sensibilidad. En las charlas con su terapeuta logró comprender que lo que le ocu- rrió físicamente fue una expresión de su emoción, una mane- ra de resguardarse de lo externo que la dañó, su cuerpo dejó de sentir para protegerse, pero ¿es necesario que dejemos de sentir para resguardarnos y así poder seguir?
Ella continuó trabajando, saliendo a la calle, pero también si- guió con esa mochila de no poder manejar emociones. No hace mucho debió enfrentarse a una seguidilla de hechos cargados de extrema violencia y otra vez, involucraron a una niña y a una mujer. En esta oportunidad simplemente no pudo ejercer su tarea profesional; se quedó paralizada, sin poder tra- bajar, con un deseo enorme de huir de esos lugares donde las cosas habían acontecido. Fueron sus compañeros de equipo quienes tomaron partida y realizaron su tarea. Tras una carpeta psiquiátrica y medicación -que aún toma-, retomó sus tareas en el laboratorio, pero ya no más en contacto con el exterior, con todo aquello que se encuentra en la calle, en el lugar del hecho.
Le han dicho que tiene una gran carga emocional que acumuló durante estos años de creer que podía manejarlo, que no le afectaba, y que le va tomar mucho tiempo liberarse de eso, poder sacarse el peso de esa mochila, que su cuerpo deje de protegerse, de estar a la defensiva.
Era un barrio pobre
Gabriela Arribillaga.
Sección Fotos. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Tan pobre que para llegar tuvimos que cruzar un basural. Cuadras de basura acumulada ocultando el camino. Y entre los cuatro, el silencio. La plegaria muda para que la camioneta no falle y nos deje ahí varados.
“Lo dejé tapadito para que no tenga frío”.
La casa era humilde. Ahí no sobraba nada. Sin embargo, la habitación era una oda al amor. Creo que fue su abuela la que me contó que había nacido prematuro y que habían tratado de conseguir todo lo que el bebé necesitaba: respiradores, tanques de oxígeno, nebulizador…en esa casa que faltaba de todo habían armado casi un ala de hospital. Y no alcanzó.
Recuerdo a sus hermanitos llorando. Los mismos que habían llenado la habitación de dibujos sobre cómo iba a ser la vida con su hermano. Y no alcanzó.
El chofer de la ambulancia levantó el cuerpo del bebé y lo envolvió en algo y corrimos.
Porque todos sabemos que cuando se levanta la víctima es el peor momento. Los gritos, las súplicas, el dolor. Nadie quiere llevarse eso. Por eso tenemos la gimnasia de huir bien aceitada y aunque no lo hablemos sabemos que en cuanto levantamos el cuerpo tenemos que salir de ahí lo antes posible. Escaparnos.
Recuerdo ese padre, mudo, desmayándose. No emitió sonido, simplemente se desplomó. Y a esa madre, que no había visto antes. Esa madre que gritaba histérica. Pasaron años ya. Y yo todavía puedo cerrar los ojos y escucharla, rota.
“Dejámelo. No te lo llevés. Dejámelo”.
Rosa Josefina
Ladi Victoria Kabalin Yonson.
Sección Medicina legal. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Se trata de una vivienda de clase media, de material, acabada, con la fachada orientada al Norte. Al momento de cooperar el día está espléndido. Es una mañana de sol radiante, es ve- rano, la temperatura es agradable. Se ingresa por una puerta de madera pesada, color caoba con herrajes desgastados, el pasillo que me recibe me conduce a la cocina. Me detengo un momento, este lugar me resulta familiar, como si ya hubiese es- tado aquí, pero estos días desconfío de mi memoria, mi atención ha estado un poco dispersa, no se a que se debe, muchos cambios quizás. Me concentro de nuevo y sí, ya estuve aquí, ayer precisamente. Es que estuve de guardia y ayer falleció la señora Rosa Josefina que vivía aquí.
Me convocaron y con premura vine a resolver la situación. La señora era mayor, unos 76 años, con varias patologías crónicas, obesa y fumadora, una gran fumadora. Falleció en horas de la tarde y entrando la noche yo le entregaba el certificado de defunción a su familia para que pudieran iniciar los trámites pertinentes y brindarle a su ser querido cristiana sepultura. Con ciencia y arte les explique los motivos de su fallecimiento, que era inesperado, pero se debía al gran deterioro de su salud y al paso del tiempo que le había regalado una larga vida.
Me pregunto por qué motivo me encuentro aquí otra vez; es que el 101 me pide una nueva colaboración, tal vez la familia tenga alguna duda, o algún trámite que resolver. Pero solo me acompaña, en misterioso silencio el consigna, que con un ges- to, me indica que el problema está en la habitación.
Desde el comedor se accede a una habitación muy luminosa. La ventana que da al Este permite la entrada de los rayos del sol. A la izquierda se abre el cuarto de unos 5 metros por 4. Hay una cama de dos plazas, tendida, con la cabecera apoyada sobre la pared que da al oeste, la pared sur ocupada por un enorme placar de madera y la pared norte por una cómoda con un espejo de bordes festoneados, encima de la cómo- da botellitas de perfumes, talcos y cremas. Sigo recorriendo el cuarto con la mirada y en el extremo al lado de la ventana, justo al frente de mí, sentada en un sillón, está Rosa, Rosa Josefina, la señora, la dueña de casa, la misma que ayer encontré sin vida. No puede ser. Estoy confundida. La miro varias veces, desconcertada. Está sentada, con hábito tranquilo, tiene los ojos abiertos, me está mirando. Hasta me murmura algo que no logro escuchar. Sin mover los pies del suelo me doy vuelta y miro al consigna, que está parado ahí atrás con el rostro pálido, creo que está más asustado que yo. Y le pregunto en voz baja
¿qué paso? Aunque levanto las cejas en forma de exclamación.
Por supuesto que no sabe la respuesta ¡ni yo! Solo puede decir con voz temblorosa: “está así desde hace un rato por eso la llamamos doctora”. Lo primero que pienso es como la encontré anoche ¡cómo pude pasar por alto que estaba viva! Y acto seguido empiezo a elaborar en mi mente los argumentos en mi defensa, ¿qué voy a decirle a la familia? ¿Y el certificado? “Es una situación excepcional, puede pasar, catalepsia, ¡Es un milagro!”. La palabra milagro parece ser la que más se ajusta. La adrenalina se apodera de mí, casi tiemblo, las palpitaciones son muy fuertes, tan fuertes que me golpean el pecho y la sensación es casi dolorosa, lo suficiente para despertarme… Abro los ojos y miro la hora: Qué alivio… son las 7am y quedan ya solo minutos para que termine mi guardia. ¡Era un sueño!
Al llegar a la morgue, el pase de guardia, le cuento a mi compañera las novedades y mi vívido sueño, nos aventuramos a hablar sobre el significado de los sueños, nos reímos juntas. Comienza una nueva guardia. Para media mañana mi sueño ya está en boca de muchos. Y un taxista que traslada a la doctora en su primer procedimiento, escucha atento la historia y se anima a jugarle al 48 en mi honor. Más tarde le contaría que “el muerto que habla” salió a la cabeza y la quiniela paga 70 veces. “Gane $350 doctora”.
Mi tyvek es blanco, pero a veces me siento de luto
Brenda M. Levitt.
Sección Huellas y Rastros. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Escribo esto más para mí, que, para ustedes, ¿Por qué para mí? Se preguntarán, pues bien, porque siento que no me reconozco, no soy la misma de siempre. Es por esto por lo que hoy les voy a contar brevemente, que es lo que estoy viviendo. En este momento estoy en la cama y me pregunto a mí misma ¿dónde está mi voluntad para salir de acá, salir de esto?
Y así comienzo a escribir las primeras palabras:
Hace unos años, que se cuentan con los dedos de una mano, comencé a trabajar; ¿dónde? En el lugar que siempre soñé, ese lugar que todos los que estudiaron criminalística o los fanáticos que leen policiales o ven CSI dirían: ¡¡¡¡Cómo me gustaría hacer eso!!!! Pero aquellos que tienen un poco más de con- ciencia preguntan, mientras exclaman con un tono asustado y la cara fruncida: querida!! ¿Cómo podés trabajar con los muer-
tos? ¿No tenés miedo? Pues NO, no me daba miedo, estaba feliz, orgullosa, intrigada por hacer todo aquello que aprendí en tantos años de estudio, por ayudar, por dar lo mejor de mí; Y es así, como ya desde el primer día de trabajo conocí el término “Insalubridad”, en ese tiempo mis compañeros me habla- ron de este tema, me contaron sus experiencias y sobre todo sus sufrimientos y yo me decía: y si!!! ¡Es obvio si trabajan acá hace muchísimos años! -Ingenua de mí!!!-. También recuerdo en unas de mis primeras guardias, un compañero me comenta:
-sabes que la noche anterior a una guardia me cuesta dormir!!
¡¡A lo que conteste riéndome -Nooo!! Yo duermo como chancho, situación que ahora no me asombra tanto, porque varios me contaron que pasan por lo mismo, y sin ir más lejos son las 4 am y me encuentro desvelada escribiendo… ¿Y hoy? ¡Hoy me tocó a mí!
En este trabajo conocí y aprendí muchas cosas bellas, muchos compañeros que te apoyan y acompañan y todos los días voy creciendo; pero hoy conocí tres términos nuevos: Ataques de pánico, ansiedad y depresión (en carne propia). Y yo le pregunté a mi psicóloga ¿por qué? -No lo podía entender-, si tengo familia que me apoya, mi pareja es excelente, amo mi profesión, mis amigos me acompañan y es ahí donde vuelvo a escuchar la frase ya famosa en mi vida: -…y querida!!! Pero vos trabajás con los muertos…
Y es ahora donde comienzo a entender, que no importa el tiempo de trabajo, no importa la experiencia, no importa la profesión, la muerte, nos afecta de la misma manera a todos,
¿por qué? Porque mi trabajo no es común, y todos pensarán
en que hay muchas profesiones que también trabajan con los muertos, si es cierto; Pero nosotros no solo estamos con el cadáver, además estamos con la familia, con el sufrimiento que ellos pasan desde el minuto cero, en la contención primaria de aquella muerte menos esperada, con aquello que no hace falta nombrar de las miles de formas y estados más espeluznantes que uno se pueda imaginar. Sumándole a esto que cuando una madre, padre, hijo, hija o pareja, por su llanto desgarrador te rompe el corazón; o cuando un caso se queda grabado en tu retina o tu garganta por lo aberrante que fue, o por el sim- ple hecho de que sos humano y también tenés sentimientos y miedos; Aun así, tenemos que seguir, como si nada hubiese pasado, aunque se te sigan viniendo las imágenes a la mente una y otra vez, es como sentir el luto en carne propia pero tener que resolverlo instantáneamente; Como dice mi psicóloga para vos ya está naturalizado, haciendo natural en tu vida lo que cualquiera vería como asqueroso, aberrante, shockeante (esa palabra que usa mi madre) para describir como escena tras escena, 1, 2 ,3, 4 innumerables pueden ser durante una guardia y seguir, y seguir adelante como si nada, tratando de rearmarte más o menos de contenerte entre los compañeros diciendo una simple pregunta cada vez que salimos de una escena, casi obligatoria: Cómo te fue???
Con voz calma y contenedora, y a veces no sabés que decir,
pero no es de mala o de cerrada, ¡¡¡Sino porque por dentro sabés que seguro él, acaba de venir de un hecho igual o peor!!!
¡¡¡Y de repente así caigo!!! Y recuerdo cuando mi psicóloga me pregunta: – ¿A cuántos muertes o accidentes recordás que fuiste???-no sé perdí la cuenta. Respondo y me quedo calla-
da; pienso que también perdí la cuenta de hace cuantos años trabajo acá, porque la verdad lo percibo como si fuesen muchísimos años, en realidad me siento, así como ellos, como mis compañeros los más antiguos de los que les hablaba, los que me hablaron aquel primer día, los que se jubilan y se van,
¿por qué?? ¡¡¡Porque no dan más!!! Y yo me sigo preguntando
¿¿Cuánto más?? ¿Cuánto más aguantaremos así? Con este luto como nudo en la garganta…
En fin no quiero extenderme, solo quería escribir, o mejor dicho escribirme, que parte de la Insalubridad me está tocando a mí, que es lo que yo descubrí de este trabajo; ojo! no quiere decir que no ame mi profesión, que no ame lo que hago y que no haya pedido ayuda, solo quería contarles y tal vez leerme, sobre lo que me está pasando, porque capaz, a alguien más le está pasando o le puede pasar y creo que más o menos de esto se trata, de contar, de abrirse, de acompañarse y luchar; yo creo que cuando mis compañeros aquel primer día me contaban sobre la Insalubridad, no me estaban tirando pálidas o se estaban desahogando, ESTABAN LUCHANDO, luchando por aquello que nos pertenece, por aquello que necesitamos todos, sin importar -como dije y repito- ni los años de experiencia o profesión; necesitamos reconocimiento y apoyo por qué tarde o temprano a todos nos afecta por igual.
Son las 6 am y sigo luchando…en dos horas tenemos guardia.
Lo irreversible
Luciana Nieto.
Sección Fotos. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
Siempre sentí una especie de fascinación por los “momentos claves”. Ese instante preciso cuando todo cambia. No sé si a ustedes les ha pasado alguna vez. Ese relámpago fugaz, donde algo o alguien cambian para siempre adentro suyo. Hablo de esa charla donde nos dimos cuenta que una persona era para siempre, un camino el equivocado, una vocación la única, una despedida definitiva…
Es un momento de revelación, donde la orgía de pensamientos se alinea en un solo haz de luz y nos trae verdad. Verdad que una vez aventurada no vuelve para atrás.
Eso mismo me atraviesa ahora. Ahora que puedo dimensionar lo que encarna mi trabajo. Por primera vez y después de mucho negarlo. Ahora que el haz de luz se parece más bien a un túnel oscuro, de rayos intermitentes. Ahora que la verdad se va tejiendo entre destellos y la impotencia la oprime entre dientes. No sé si es una sensación exacta. Al menos no como para dejarla cómoda entre palabras.
Lo que si sé y hoy dejo salir es que mi trabajo no es como cualquiera. Que las cosas que veo, también las huelo, escucho y siento. Que la realidad no es como en las series. Que la pobreza tiene rostro y los Femicidios crecen. Que lo tóxico contamina en silencio. Que los hechos nunca son iguales, aunque se parecen. Que la violencia explícita es desgarradora. Que el dolor de una familia en llanto merece respeto. Que la burocracia puede ser tan cruel como la muerte, aunque en mi tarea, la muerte sea cotidiana. Que el trabajo en equipo no es fácil pero es indispensable. Que a veces un cuerpo se junta de a pedazos. Y que en pedazos también puede quedar el alma. Que el color rojo casi siempre es sangre y la sangre se esparce por todas partes. Que la mirada de un violador es penetrante. Que al horror absorbido debo procesarlo. Que para afrontarlo tengo el hombro compañerx. Que la calle es oficina y la camioneta casa. Que las risas son indispensables para enfrentar tanta miseria humana. Que el “Cómo te fue?” cuando estoy de vuelta, no es una pregunta, es una caricia al alma. Que el invierno de madrugada en medio de la ruta hace doler las manos. Que el agotamiento a veces gana. Que un café y un chocolate a las tres de la mañana son reconfortantes. Que el sonido del teléfono, a la misma hora, angustia y sobresalta.
Ahora vuelvo sobre mis pensamientos de aquel haz de luz convertido en túnel. Ahora que la verdad se va tejiendo entre destellos y la impotencia la oprime entre dientes. Que a todo lo antes dicho le corresponde una imagen. Una imagen que se puede oler, escuchar y sentir. Una imagen que son cientos de imágenes. Cientos de imágenes que se seguirán sumando a través de los años de manera invisible. Entonces, desde el insomnio, la fascinación por “los momentos claves” se esfuma, casi como pidiendo perdón por ser irreversible.
El sonido de los sentidos
Alejandro Castellani.
Sección Planos. Equipo Técnico Criminológico. Policía Judicial.
La voz en el teléfono te dice “ya no está”, llamás a otro lado y no puedes ir…
Tú tienes frío en la calle, tú no aguantas más…
¡En el medio de la ciudad!
(Andrés Calamaro, En el medio de la ciudad)
Ninguno de los dos nos levantamos a atender el teléfono. No fue vagancia. Ni un mal presentimiento. Es que desde hace va- rios años ya nadie que esté de guardia en Secretaría Científica quiere atender el teléfono a las dos de la mañana. La campanilla dispara los sentidos. Suena y se huele sangre. Sentís comezón, no ves lo que ves y el ambiente sabe a muerte. Tan ajena como cercana. Hay quienes dicen que por el tipo de tarea que realizamos aquí debemos sufrir síndrome de burnout; será por eso que más de un muchacho anda dando patadas por los rincones.
Y ahí siguió el teléfono, rompiendo el silencio de la madrugada. Luis me miró desde su tablero con la cara iluminada por la lámpara incandescente sin dejar de dibujar su plano. Yo estaba en uno de los escritorios completando el informe de un trabajo que me había tocado realizar durante la tarde. Como intuí sus intenciones de no levantarse, estiré el cuerpo y atendí:
– Planos –dije.
Desde el otro lado del tubo, me empezaron a informar el nuevo traba- jo al que debíamos asistir con urgencia. Nuestro tarea es simplemente la de relevar indicios en el lugar donde ha acontecido un hecho que se presume delito. En particular, nuestra oficina realiza a modo de in- forme un plano del lugar estableciendo dimensiones y distancias de manera que el magistrado que luego intervenga en la investigación penal pueda reconstruir la escena. A medida que mi jefe avanzaba en la explicación de lo sucedido, yo ya estaba dentro de la vivienda que él me describía. La escena era la de un padre que había matado a sus cuatro hijos a puñaladas y a balazos. Del olor no dijo una palabra, pero no hacía falta, lo tenía incrustado en la nariz desde hacía tiempo. Durante el relato me detenía en la puerta de cada ambiente de la casa y tomaba valor para ingresar y ver a los niños apenas vestidos con ropa de cama empapados en su propia sangre. Era imposible andar en puntas de pie como en trabajos anteriores, el suelo estaba total- mente teñido de rojo. Solo, deambulaba por entre las habitaciones mientras mi jefe me seguía narrando por teléfono otros detalles que a esta altura ya sonaban ínfimos. Me descubrí dentro de la oficina cuan- do me preguntó:
– ¿Quién va, vos o Mastronardi?
– Mastronardi –Y colgué el tubo.
– ¿Yo qué? –dijo desde su tablero Luis.
– Hay un homicidio de la puta madre –dije-, haceme la gamba de ir vos,
hoy ya laburé en el suicidio de una pendeja de catorce años, creo que a éste ya no me lo voy a bancar.
– No te hagas drama, Gringuito –dijo Luis-, salgo yo, vos andá preparando el matecito para la vuelta -comenzó a armar su bolso con los elementos de dibujo y herramientas de medición-. Te mando un mensaje por el celular cuando estemos terminando.
– Es que seguro se van a demorar. Un hijo de puta reventó a los hijos mientras…
– No problem, Gringuito -me interrumpió-, usted se me queda aquí que Luis Mastronardi sale a combatir el delito y vuelve.
– Van con equipo de peritos completo –pude agregarle-: médico, quí- mico, balístico, fotógrafo, huellero y…
– iChuy!, -volvió a interrumpirme-, ¿qué te pasa? ¡Estás medio alteradito!
– Dejá de hablar en diminutivo, boludo: “Gringuito”, “matecito”, “alte- radito”.
– Bueno, dale, contame antes de que me vaya, dale –dijo Luis, y se sen-
tó sobre mi escritorio jugando con un portaminas entre las manos.
– Nada, es que no me puedo sacar de la cabeza cuando el padre de la nena me abrazó en medio del living de la casa y se largó a llorar.
– ¿Te abrazó? –y casi riéndose volvió a preguntar- ¿Y vos, que hiciste?
– Me senté con él en el sillón y Iloramos los dos. La pendeja estaba ahí, casi a nuestros pies con la cabeza hecha mierda. Había restos de sesos por las paredes, qué sé yo. Cuando nos vieron, el fotógrafo y el médico se fueron al carajo. Me dejaron solo.
– ¡Qué cagada, eso te mata! Pero bueno, mañana antes de irte se lo contás al psicólogo y listo -dijo en medio de una mueca mientras se levantaba para irse.
– ¿Qué psicólogo?
– ¡El de nuestra bendita institución!, ¿cuál va a ser?, el profesional en- cargado de darnos contención y elementos para salir adelante en es- tos casos.
– ¡Andá a cagar! -le dije después de pegarle un puñetazo en la espalda-. Dale, andá que te deben estar puteando en el auto de tanto esperar. A las seis de la mañana mi informe estuvo listo. Lo dejé en el casillero del que mi jefe lo tomará para visarlo y darle salida a la Fiscalía. Di me- dia vuelta y fui a poner la pava a calentar. Mastronardi estaría por volver de un momento a otro. Limpié una de las mesas y en cuanto empecé a llenar el mate con yerba, Luis entró a la oficina. No me hizo falta preguntarle nada. Era un zombi desgajándose en cada elemento que iba dejando sobre su tablero. Cuando levantó la mirada y se encontró con la mía, hizo el primer intento por contar.
– No quiero saber nada -Lo corté en seco y le ofrecí un mate.
– No sabés…
– Me imagino. Tomate esto calentito, dale.
– No te podés imaginar -Me dijo, y se sentó en la banqueta mirando por la ventana pero aún metido en aquella casa de la que venía.
– En serio, perdoname pero no quiero que me cuentes, dejate de joder
-Le dije al tiempo que me levanté y caminé hacia el baño, sin ganas, escapando a sus palabras.
– El silencio. Me pegó mal el silencio que hacía -Empezó a contar sin esperar a que yo volviera a la oficina- Y el frío. Eso sí que no te lo imaginás. Frío y silencio. Nunca trabajamos así, todos callados, sin decir una palabra. A José, el camillero, le temblaba el cuerpo entero cuando levantaba a los chiquitos para llevarlos a la morguera. Y el doctor Torres se echó un pato. Vomitó, en serio. Yo no medí un carajo, no hice una raya. Caminé como un boludo por toda la casa y no me salió una puta raya con este lápiz de mierda -Dijo y lo tiro contra la mesa.
Salí del baño, le recibí el mate que no había ni probado y le puse una mano en el hombro:
-Tranquilo, Luisito -Dije, pero no pude continuar. El teléfono empezó a llamar otra vez.