Por Agostina Noccioli (Secretaria Adjunta AGEPJ)

 

Desde hace ya un tiempo se viene instalando la discusión en torno a la distribución de las tareas de cuidado dentro de cada grupo familiar como así también la participación del Estado en esta distribución. Múltiples encuestas e informes dan cuenta de la injusta sobrecarga que dichas tareas significan para las mujeres en general. Es decir, partimos de la evidencia de que la distribución del cuidado entre los actores sociales es inequitativa, recayendo mayoritariamente sobre las familias y dentro de estas sobre las mujeres asociadas a “naturales cuidadoras”, repercutiendo en el desarrollo vital, los trayectos formativos y laborales de estas personas. La encuesta nacional sobre el uso del tiempo desarrollada por el Indec durante el año 2021, arroja números esclarecedores: se observa que el 91.7% de las mujeres realiza trabajos no remunerados; definidos como aquellas actividades productivas de los hogares para sus propios miembros, y de apoyo para otros hogares, para la comunidad y el voluntariado; mientras que los varones solo el 75,1%.

Ahora bien, ¿qué sucede si comparamos estos índices, pero le sumamos el factor de la edad?

A medida que avanza la edad, la participación de las personas en el trabajo doméstico se incrementa y se eleva la cantidad de tiempo que le dedican quienes participan. Por ejemplo, el 70,4% de las personas de 14 a 29 años realiza trabajo doméstico no pago, mientras que en las personas mayores de 65 años la tasa de participación se eleva al 88,8%. Al analizar los porcentajes de participación en el trabajo doméstico por sexo y grupos de edad, las mujeres de entre 30 y 64 años presentan los niveles más elevados (94 de cada 100). En consonancia con su mayor participación, los tiempos promedio que le destinan a las tareas domésticas representan 1:49 horas más que los tiempos de los varones que transitan por la misma etapa de la vida (4:27 frente a 2:38 horas), con la mayor carga que esto implica.

Independientemente de los números, que sirven para graficar la desigualdad, en lo que nos interesa hacer foco es en entender las causas de algunas situaciones que hemos naturalizado toda la vida. El acceso a trabajos más precarios, la disminución en el ritmo de los ascensos, la falta de tiempo para capacitarse y mejorar la empleabilidad, la alta rotación laboral después de las licencias de maternidad, entre otras vicisitudes con las que nos encontramos durante nuestra vida laboral, tienen como punto de partida y en gran medida, son una consecuencia de la desigual distribución de las tareas de cuidado, que insumen tiempo y esfuerzo físico y mental, como cualquier trabajo. Y se podría pensar, – equivocadamente- que dichos efectos culminan cuando finaliza nuestra vida laboral activa, es decir, con la jubilación.

Lamentablemente, la gran mayoría de las compañeras jubiladas saben que esto no es así. El aumento del tiempo libre, en muchos casos, viene acompañado con el aumento de tareas domésticas (en el propio hogar o en el de terceros, por ej. el de los hijos/as), de una manera cuasi “natural”. A pesar de los grandes avances que hemos alcanzado en materia de derechos de las mujeres y la visibilización y cuestionamiento de estereotipos, aún persiste en nuestro imaginario social la idea de que la “abuela cuida, la abuela siempre cocina, la abuela siempre está disponible para sus nietos/as e hijos/as”.

Pero lo cierto es que, aún después de la jubilación, tenemos derecho a seguir capacitándonos en la materia que nos interese, seguir participando de espacios de militancia gremial, vecinal, barrial, hacer actividades físicas, artísticas o lo que más nos guste: tenemos derecho a disponer de nuestro tiempo libre sin cuestionamientos ni prejuicios.

Invito a que sigamos pensando este fenómeno entre todos y todas, que busquemos estrategias para que nuestra participación no se vea mermada por las tareas de cuidado, en aras de alcanzar una verdadera igualdad y relaciones sociales realmente justas.